Un recorrido fascinante en dos ruedas por el camino Ignaciano.
Es toda una temeridad decir que puede uno seguir los pasos o recorrer el camino andado en su día por alguien consagrado en el santoral de la Iglesia católica.
Pero resulta que hoy es moda.
Cierto es que hay santos más taquilleros o comerciales para estos temas que otros –no ellos en sí mismos, claro está–.
Sus andaduras terrenales son, dependiendo del caso, más o menos seguidas por viandantes
ávidos de muchas cosas, sedientos de otras o simplemente curiosos amantes de la naturaleza y del esparcimiento al aire libre.
Hay de todo. De momento se me ocurren:
● Fe;
● Necesidad de paz espiritual;
● Sed por encontrar alguna buena fuente de conocimiento para beber sabiduría;
● Conectar con espacios verdes y limpios donde llenar nuestros pulmones de aire fresco;
● Ejercitar nuestros cuerpos “citadinamente” sedentarios;
● Intercambiar culturas, costumbres, modos, etc.
Quiero compartir con ustedes una experiencia que viví durante la Semana Santa del año 2022, junto con el mejor de todos los guías posibles, Eduardo Lepervanche Mendoza –de quien me referiré después con detalle–.
Me embarqué en un paseo en bicicleta para recorrer 360 kilómetros del “Camino ignaciano”. Esa distancia no es el total del camino, pero sí gran parte de él.
Pedaleamos desde Azpeitia –en el Valle de Loyola– Comunidad Autónoma del País Vasco, hasta la ciudad de Zaragoza, Comunidad Autónoma de Aragón.
Luego de leer estas líneas, es mi deseo se animen a tomarse el tiempo de hacer este
recorrido.
Así pueden constatar la maravilla personal, física y espiritual que supone hacer hueco en nuestras vidas apuradas y darse la oportunidad de hacer higiene y contacto con un entorno básico y amable.
Ignacio Loyola: a Dios se le peregrina
El viaje empieza en Azpeitia en el Valle de Loyola, que lleva su nombre en honor a San Ignacio de Loyola, como tributo de su tierra y coterráneos a su destacado hijo.
Es un enclave resguardado por el macizo de Izarraitz y atravesado por el río Urola que unen a Azkoitia y Azpeitia.
El paisaje es impresionante, su vasta extensión ofrece vista de alguna de sus muchas alturas, silencio, paz y quietud.
¿Quién era Íñigo López de Loyola?
En 1491 nace Íñigo López de Loyola en el seno de una familia de tradición y de reconocida posición social y económica.
Hace carrera civil y funcionarial con el Contable Mayor de Castilla y para el Virrey de Navarra.
En medio de un conflicto bélico cae herido al ser alcanzado por una bala de cañón, vuelve a su casa por orden médica para sanar y obtener los cuidados necesarios.
La visita a Azpeitia como es de suyo ha de empezar en su casa.
Una “Casa-Torre” con murallas gruesas y atalayas para su defensa física contra cualquier ataque o asedio.
Una espaciosa vivienda donde empieza Íñigo su profunda reflexión interior aprovechando su convalecencia.
En la entrada tenemos una escultura que escenifica al militar herido en sus piernas, tumbado y convaleciente.
La casa consta de diferentes estancias, su estructura actual interna dista en algunos aspectos de su planta original, pero se conserva la que es quizás la más importante en la tercera planta:
La Capilla de la Conversión.
No es mi objetivo entrar en detalles bibliográficos acerca de quien se ha escrito tanto y con mucha calidad.
Mi intención es ponerlos en contexto de la fuerza del mensaje y el testimonio de Loyola que pude conocer por mis propios medios.
Eudoro González Dellán: un paneo general en las enseñanzas de San Ignacio
A las puertas de su Santuario –majestuoso– edificio anexo a su casa natal, teniendo de fondo la Basílica de San Ignacio y justo antes de empezar a pedalear, grabé un vídeo que compartí con familiares directos, les dije:
“Estamos en el punto de salida, haremos parte del camino de San Ignacio.”
El gran Eduardo – @vamos_pedaleando– y yo, estamos súper animados y contentos. Vamos a ver si resisto todos estos días… (y vaya que resistí que me quedé con ganas de seguir).
Esperamos recorrer este camino los próximos siete días con muchas ganas de descubrir algo de aquello que motivó al joven Íñigo López de Loyola a dejar su tierra y convertirse en San Ignacio.
Quien les escribe no fue alumno de jesuitas en la educación primaria.
No obstante, mis estudios universitarios fueron en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas dirigida por la Compañía de Jesús.
Al contrario, hago para este viaje y estas ideas caso omiso de una rivalidad meramente caraqueña entre los Colegios San Ignacio de Loyola y La Salle La Colina de Caracas.
Mi formación fue con los hermanos de las Escuelas Cristianas, de modo que tenemos a un “lasallista” dando vueltas por terreno ignaciano.
Nuestro fundador San Juan Bautista de La Salle fue en su tiempo un innovador.
Me he encontrado en ambos santos una cualidad que les acerca y asemeja mucho.
De hogares muy parecidos pero nacidos en tiempos diferentes, dejan su posición social y económica por diversas razones, pero ambos unidos por una vocación de servicio al prójimo, atender al necesitado.
¿Por qué los menos favorecidos económica y socialmente no merecen educación? Se preguntó el joven Jean-Baptiste de La Salle al iniciar su camino vocacional.
Este fue el punto de partida de su peregrinar por el mundo y el motor de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.
Loyola, por su parte, se nos reveló profundo y reflexivo sobre la necesidad de la
introspección en el ser humano para entender y comprender la dimensión y la fuerza del pensamiento.
Fuerza que debe estar al servicio de Dios y la fe, causa primera de su gran obra, la
Compañía de Jesús.
Un acorazado lleno de historia y conocimiento. Miles de kilómetros de peregrinación y
evangelización por todo el planeta.
Mártires en los altares por ser portadores del mensaje que Loyola les impulsó a difundir la buena nueva por el mundo.
Los hizo hombres de convicción y les enseñó de dónde sacar las fuerzas para soportar la adversidad, para explotar sus valías y talentos.
Loyola sentía clara devoción por la Santísima Trinidad y en ella identificó tres virtudes
cardinales: Caridad, Fe y Esperanza.
Sufrió en su andar pobreza, enfermedad, otro accidente, ahora en un brazo.
Fue mendigo, objeto de mortificaciones y penurias; pero le movía la devoción por encontrar a Dios.
En resumen, nos invita a ponernos al frente de nuestros demonios y enfrentarlos; a
entender nuestras debilidades y flaquezas.
De Lasalle, sacerdote, teólogo y pedagogo francés; quien nace casi dos siglos después que Loyola, pero al igual que aquel el servir a Dios es el motor de su trabajo diario.
Enfocado en la educación, entiende que no puede haber jóvenes con educación sin maestros, ni escuelas.
Consagra su vida a la educación, en especial de aquellos que menos tienen.
Por ello es hoy patrono especial de todos los educadores de la infancia y la niñez; y patrono universal de los educadores.
Eudoro González Dellán: El camino. Un guía. Dos ruedas.
El camino
España es un territorio de mucha riqueza natural, amén de lo cultural.
Arte, arquitectura de todos los siglos y ciclos de la historia universal y lo que más gusta, una
gastronomía infinita y diversa siempre amable al paladar.
El Norte de España, donde empieza esta aventura a la que les invito, tiene su particularidad y especificidad.
La salida en Azpeitia empieza con un recorrido por la Basílica de San Ignacio.
Su disposición circular, cúpula y altar te invitan rápidamente a la admiración y oración.
Le rodean las imágenes de los más prominentes y primeros compañeros de andanzas de Loyola.
Un espectáculo de materiales. Obras pictóricas y esculturas únicas adornan la cúpula, el retablo y las galerías. No hay detalle no cuidado.
Es un edificio concebido para homenajear la grandeza de una obra religiosa de más de cinco siglos.
Allí arranca la rodada.
España ha ido construyendo con el tiempo una red importante de rutas verdes por toda su geografía con fáciles accesos y que, en el caso del País Vasco, atraviesa literalmente decenas
de poblaciones de diferentes tamaños. Un paisaje idílico.
De la puerta de la Basílica y luego de encomendarnos a Dios y al santo de Loyola,
empezamos la ruta: Azpeitia-Zumagarra-Legazpi-Oñati-Aranzazú.
En el camino te encuentras con todos los tonos de verdes posibles, olor a campo fresco.
En materia de flores se agota la paleta de colores. Mucho silencio y tranquilidad.
Transitas uno de los trayectos más hermosos del viaje sobre antiguas vías férreas cubiertas de cortísimo pasto verde y atraviesas las montañas por sus túneles originales.
Rebaños de ovejas se hacen presentes en varios tramos del trayecto.
No es difícil pensar en el peregrino original en medio de semejante contemplación y con todo el tiempo del mundo para dedicarlo al cultivo de su mente.
Las construcciones que consigues a tu paso son de una arquitectura robusta, paredes gruesas de piedras perfectamente alineadas que intuyo solo han podido ser colocadas allí por aquellos que hacen culto a la perfección.
Se adivinan estructuras resistentes al tiempo, deben capear las bajas temperaturas y los temporales invernales típicos de la zona.
Dentro solo pueden vivir mujeres y hombres recios. Fuertes para el trabajo. Algunas veces duros de mandíbula y de una empatía social particular, pero amables y correctos en su proceder como pudimos comprobar.
Este tipo de paseos supone alcanzar metas, lograr pequeñas victorias personales que nos recuerden que en la vida no todo está empaquetado para calentar en el hornillo de microondas.
Que debemos apartarnos frecuentemente de la cultura de la soda light –zero y sin
cafeína–.
Hacer un puerto de montaña es una de esas metas del camino, el primero nos llevó hasta Arantzazú.
Fue un ascenso duro. Las piernas te fallan, pero subir te da vida y despierta ganas de lograrlo.
Te sientes motivado.
¿Desde cuándo no se sienten motivados a algo?
Al final de este trayecto y al coronar la montaña obtienes el primero de los premios,
contemplar una imponente construcción con tres torres de piedras talladas una a una, puntiagudas todas que representan el espino.
Dentro hay un santuario de majestuosos espacios que te invita al recogimiento. Ir a verlo, ir a disfrutarlo.
Todo esfuerzo tiene su recompensa.
Para estos viajes un consejo general: apearse de todo lo preconcebido.
Los hospedajes son sencillos, nunca cutres u ordinarios. Sencillos. No va uno en busca de lujos, para eso la metrópolis.
Recomiendo disfrutar del ambiente y de la gente que te rodea; hablar con el prójimo que va en lo mismo o en algo parecido. Compartir.
Para la cena de ese día y acoplar el cuerpo al frío, ensalada verde de entrante, seguido de judías rojas con o sin chorizo y vino tinto.
Los fogones locales ofrecen una sazón única, eso también hay que disfrutarlo y
agradecerlo.
A este lugar llegó San Ignacio en 1522 después de su conversión y en su peregrinar hasta Montserrat.
Al descender de Aránzazu vuelves a Oñati, una población preciosa que estimo parada obligada en esta travesía. De allí emprendimos camino a Araia.
Este tramo también es precioso, pero tuvimos una prueba de fortaleza notable.
Luego de dejar poblaciones pequeñas tomamos una carretera que atravesaba varios kilómetros de sembradíos, para la fecha todos floreados con un follaje coronado con unas florecillas tan amarillas como el sol.
La adversidad fue el viento. Llegamos a un punto que literalmente era imposible pedalear, te sentías anclado al suelo. La paralización fue total.
Es en estas pruebas cuando piensas tirar de la soda light –zero y sin cafeína– hacerte a un costado de la vía y buscar ayuda.
En este caso hicimos lo contrario. Esos casi treinta kilómetros pintaban interminables.
Aquí un segundo consejo-reflexión para tu viaje: si hace cinco siglos con la precariedad propia de la época pudo un humano que se alimentaba de hierbas y de lo muy poco que recolectaba a su paso enfrentar la misma adversidad, ¿es creíble que hoy no podamos nosotros?
No me lo creo y no me lo creí.
Así llegamos a Araia.
Nuevamente el premio, el primero la satisfacción de la meta conseguida.
La medalla al cuello que reconoce que a pesar de las flaquezas somos sí queremos, fuertes y arrojados; y luego lo que dicta las necesidades calóricas: chuletón de res y vino.
El camino ahora prosigue Araia–Santa Cruz de Campezo–Logroño–Calahorra–Tudela–Zaragoza.
En total para esta etapa, 277 kilómetros de ruta. Dejando atrás el País Vasco y abriéndonos camino en La Rioja y finalmente en Aragón.
La flora cambia poco a poco, pero los retos y las tareas de montaña se mantienen.
Pasamos nuevamente momentos duros, pero siempre “un viento especial” nos empujaba a seguir con alegría.
Sacamos ganas de todas partes y es en esos momentos cuando te permites pensar en ti y en los tuyos.
Tal vez arreglar así sea algo muy pequeño que tengas descompuesto.
Es en las pequeñas cosas donde están muchas veces las respuestas a los grandes desperfectos que la rutina deja en nosotros.
De La Rioja solo puedo decirles cosas buenas. Gente fantástica. Como nota especial está una familia nueva que hicimos en Calahorra.
Este grupo, “La Cuadrilla”, hoy son amigos entrañables que hicieron de nuestro paso una experiencia placentera. No nos conocíamos de nada.
Las puertas de sus casas se nos abrieron de par en par. Personas en estado natural, todos. Ellos y nosotros.
Calahorra se distingue como toda esa zona del norte por su riqueza en la producción de verduras y hortalizas. Un festín de sabores y calidades. Lo mejor está allí.
El guía
Como les advertí antes, quería dejar unas líneas especialmente dedicadas a mi guía e impulsor para este viaje.
La fuerza espiritual de una persona a mi juicio no puede medirse solo por las horas depostración ante un altar que aquella dedique.
Cierto es que se puede estar en paz luego de mucha oración, pero también el espíritu debe alimentarse de muchas otras cosas más terrenales.
De nada sirve orar y no practicar.
Poco útil es mostrarse vivo ante Dios y luego dar al prójimo migajas en afecto, respeto y caridad.
Eduardo Lepervanche Mendoza es un joven de su tiempo.
De una generación que ha encontrado sus fortalezas humanas en otros espacios de su entorno. En la naturaleza, por ejemplo, y de ella se alimenta con astucia. Literalmente.
Cuida su salud con elementos presentes en las plantas y esto lo hace con soberbia, delicadeza y educación. Sin irrespetar los gustos de los demás.
Goza de una excelente educación, maneras y modales. Amén de su entereza física, muy necesaria para estas travesías.
Tiene don de gente y por eso a su paso, y luego de más diez años recorriendo España y parte de Portugal en bici, puedo asegurar hoy, que es una persona formada y con conocimientos notables sobre el terreno.
¿Qué hacer? ¿A dónde ir? ¿Cómo compaginar ejercicio, reflexión, cultura y diversión a la vez? Eduardo tiene una respuesta oportuna para todo ello.
Este tenaz alumno del Colegio San Ignacio de Loyola de Caracas es quien me animó a conocer una ruta ignorada por mí.
Paseo cargado de una historia que no podemos obviar, por el contrario, debemos hacer nuestra. Todos podemos hacerlo.
Mi guía tuvo al principio –me lo confesó– poca fe en su compañero de viaje, y ese fue mi primer reto, demostrar pedaleando que valía yo para la tarea.
¿Desde cuándo no te pones retos? ¿Hace cuánto que no te retan a algo?
Ahora, y después de este viaje, Eduardo ha decidido recoger los frutos de miles de kilómetros recorridos.
Compartir sus cientos de historias vividas en primera persona en centenares de parajes.
También se lo ha pensado, también ha reflexionado y llega la hora de enseñar a los que vienen detrás.
Nos pasa a todos alguna vez. “Mudamos el alma”, como en su día decidió Loyola hacer.
En el caso de mí guía, pasa de la aventura en solitario a compartir con todo el que quiera vivir esta y muchas otras experiencias que tiene en su haber.
Dos ruedas
Este viaje lo hice en bici. Las razones variadas, siendo la principal la salud. Es una
experiencia saludable y gratificante.
Repasas en tu cuerpo pericia, valentía, arrojo y mueves las ganas de estar despierto. Atento. Alerta.
Además de ello, puedes hacer más kilómetros por día y conectar distancias más largas.
Rodar por estos paisajes es único, como por ejemplo los últimos 97 kilómetros hasta Zaragoza por la Ribera del Río Ebro.
Recomiendo altamente esta ruta o cualquiera de las otras que tiene nuestro guía a
disposición.
Para el caso del “Camino Ignaciano” decir que, en lo personal, ha sido un honor conocer de cerca el andar de una persona que habitó entre nosotros y que es motivo de orgullo y admiración de decenas de amigos que me rodean.
Gente a la que quiero y he querido mucho en mi vida, tienen en San Ignacio a su General y Fundador como referente y guía de sus pasos de hoy.
A todos les digo, sigan los pasos de Íñigo López de Loyola, recorran su andadura.
Pisen su camino con confianza, ese que lo llevó a la santidad luego de concluir
inequívocamente, que no hay mejor tarea humana que “Amar y Servir”.
Si me preguntan a mí, tómense el tiempo, organicen este viaje y para ello tienen en Eduardo al mejor de los guías.
Notas:
1. Agradecimientos:
A mí esposa e hija que me permitieron escaparme esos días para pedalear.
A Eduardo Lepervanche Mendoza por invitarme a esta aventura. IG: @vamos_pedaleando
A “La Cuadrilla” de Calahorra por abrir las puertas de su pueblo y de sus casas para nosotros.
A Don Antonio Clavijo, amigo y propietario de Bodegas MARQUÉS DE ARVIZA en La Rioja, por recibirnos en ella, un espacio cargado de mucha historia que estimo de obligada visita. IG:
@marquesdearviza
Por Eudoro González Dellán|