Eudoro Vicente González Romero: Un hombre de su tiempo y servidor público incansable

Hablar de mi padre, Eudoro Vicente González Romero, es recordar a un hombre profundamente conectado con su tiempo, en su forma de expresarse, en su visión de la vida cotidiana y marcado por sus duros inicios vitales. A la par tenemos a un servidor público incansable, resiliente y dedicado al bien común. El bienestar del prójimo le motivó a emprender varias iniciativas de corte social y asistencial a comunidades vulnerables, aquejadas por carencias materiales, educativas o sencillamente dicho, se desvelaba por gente que, como solía decir. “Nunca nadie los ha enseñado a hacer nada, hay que ayudarlos a que aprendan algo que les sea útil para ganarse el pan”. Su vida, hasta ya entrada su edad adulta, no fue sencilla. Visto desde hoy, me aventuro a afirmar que enfrentó las adversidades con una fortaleza que no solo lo definió a él, sino que marcó a quienes tuvimos el privilegio de conocerlo.

Infancia y resiliencia

Nacido en la Venezuela de los años 30, en condiciones de extrema pobreza, mi padre experimentó privaciones materiales que habrían quebrado a muchos. Sin embargo, lejos de dejarle secuelas negativas -al menos a la vista de todos no conocidas y creo por él bien llevadas-, de ese tiempo si quedaron en su cuerpo algunas marcas en su salud que sin duda definieron su destino y prematura partida. Ese andar -de tiempos recios- forjaron su carácter. Era alguien que entendía la dignidad del esfuerzo y la importancia de construir un futuro mejor desde la humildad y el trabajo.

Tuve la oportunidad y el gusto de trabajar para él desde el inicio de mis estudios en la facultad de derecho hasta su fallecimiento. Papá era dado a tener una frase a modo de reflexión para todo, por ejemplo, de tantas que recuerdo me decía con frecuencia que uno debía aprender a “domesticar la epidermis para conocer la naturaleza de las personas”. Con esto, no solo hablaba de adaptarse a tu entorno, sino de cultivar la empatía como método para conocer a tu contraparte, contertulio o compañero, entender que nuestra propia resistencia no puede imponerse a los demás, conocer al -otro- puede llegar a convertirse en una gran virtud que entre muchas ventajas te ayude a convivir mejor con tus semejantes, y porque no, a construir juntos. Si nada de eso era posible, podrías entonces ubicar en prudente distancia al ajeno a tus valores y principios personales.

El servidor público

Como abogado y servidor público, mi padre encontró en el ejercicio del derecho y la política un vehículo para impactar positivamente en su entorno.

Sirvió a su país en diferentes posiciones, siendo su labor más extensa la actividad parlamentaria, centrado en temas de Política Exterior y en su último período en el Senado -posición que le causó profundo orgullo personal para el fin de su carrera- dedicado al Turismo y el Medioambiente.

Atento a la batuta del canciller Arístides Calvani -a quien consideró siempre más allá de su jefe, un padre y amigo- trabajó incansablemente promoviendo la democracia en momentos de gran turbulencia en América Latina. Su labor en Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Chile, Paraguay y el Caribe, no fue la de un espectador, sino la de alguien comprometido personalmente con sus ideales, a entender la realidad de otros países y a defender principios universales de libertad y democracia.

Nunca buscó reconocimiento público, ni actos de alabanza o culto a su labor. Para él, el servicio público era un deber, una misión que no requería de aplausos, sino resultados tangibles.

El escritor y pensador

Mi padre encontró en las palabras un refugio y una herramienta. Durante años, publicó en El Universal reflexiones que abarcaban desde la política hasta la naturaleza humana. Era un observador meticuloso de la sociedad y creía que las ideas podían transformar realidades. Sus artículos, casi siempre incisivos, otras veces jocosos, burlescos, satíricos o muy coloquiales, buscaban ser punto de partida para conversaciones más amplias, no sentencias definitivas.

Tésis, su columna de opinión más importante de los sábados, dio paso a sus Píldoras de Miel y Chirel en la página la Nación Día a Día del mismo diario. Miel y Chirel, dos productos que le apasionaron y que consumió copiosamente toda su vida.

Un hombre de su tiempo

Al mirar su vida destaco cómo encarnó el espíritu de su tiempo. Lejos de perfecciones personales, ya que todos somo sujetos de defectos y virtudes, mi padre era alguien que comprendía el valor del trabajo y tuvo el tino de transmitirlo sin cortapizas. Decía que “el trabajo dignifica”, y su propia vida fue un ejemplo de ese principio. No se trataba solo de trabajar, sino de hacerlo con propósito, dejando una huella que fuera más allá de lo individual.

El legado

Si algo define a mi padre, es su capacidad para equilibrar la ambición personal con un profundo respeto por las necesidades colectivas. Fue un hombre que nunca buscó ser santo ni ser idolatrado, pero que, desde la modestia, inspiró a muchos. Su vida es un recordatorio de que no necesitamos grandes títulos ni gestos grandilocuentes para marcar la diferencia. Basta con tener claros nuestros principios y ser fieles a ellos.

Es difícil hablar de mi padre sin sentir un profundo respeto y admiración por su capacidad para enfrentar la vida con dignidad y convicción. Fue un hombre de su tiempo, sí, pero sus enseñanzas trascienden generaciones. Desde su trabajo como servidor público hasta sus reflexiones como humano, dejó un legado que me enorgullece y que inspira a quienes lo conocieron, directa o indirectamente.

El 21 de Enero de 1988, al cumplirse dos años del trágico accidente que se llevara junto a su Santa Mujer y dos de sus hijas a su mentor, padre y amigo; el abuelo Aristides, mi padre le dedicaba su sabatina Tesis -Calvani Siempre- cerrando la misma con este párrafo:

“ Me quiero despedir Doctor Calvani, la tinta se acaba y el escritor no es maestro. Ofrendamos para ti un trinar, una flor y una gota de mar. Quisiéramos armonizar por un violín travieso; para que la cuerda tiemble y diga por ti de Andrés Eloy un verso, canciones de Luis Mariano y del Padre Gómez un verso. Todos los demas, querido amigo, desde el más erguido hasta el más modesto, hablando el corazón por los labios a paso lento, por ti, por Adelita, por Graciela y por María Elena, decimos un Padre Nuestro”.

Hoy a 25 años de tu partida, con tu permiso, tomo prestadas tan sentidas palabras y te las dedico con el mismo sentimiento que sé las escribistes, hasta siempre papi.

En tu memoria y recuerdo, diré por ti un Padre Nuestro.

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