Entre la nostalgia y el retorno: Reflexión sobre las diásporas de Siria y Venezuela
Penetrable azul de Valencia” (1999) de Jesús Soto
La migración, como fenómeno humano, trasciende fronteras y épocas. En ella se entrelazan los deseos de progreso, el dolor del desarraigo y, en algunos casos, la esperanza del retorno. Siria y Venezuela, aunque separadas por miles de kilómetros y contextos históricos distintos, comparten historias de migración masiva que revelan las complejidades del apego a la tierra natal y las realidades que determinan el regreso o la permanencia en tierras extranjeras.
Siria: Retornar en medio de las ruinas
El conflicto civil en Siria, que desplazó a más de 6,3 millones de personas, dejó al país en una devastación que parecía irreversible. Sin embargo, en los últimos años, más de 180.000 refugiados han decidido regresar, especialmente desde países como Líbano y Turquía. Este retorno, aunque lleno de desafíos, refleja una profunda conexión con la tierra y una narrativa de reconstrucción personal y comunitaria.
Para muchos refugiados, regresar no es solo una elección, sino una necesidad. En Líbano, por ejemplo, donde viven casi un millón de sirios, la crisis económica y social ha convertido el retorno en una alternativa más viable que la permanencia. Sin embargo, este fenómeno no es universal. En Europa, donde residen miles de sirios, el retorno sigue siendo limitado debido a las oportunidades económicas y la estabilidad que ofrecen los países de acogida.
Jesús Soto, vibración y latido, 1961.
Venezuela: De nación acogedora a tierra de emigrantes
En contraste, Venezuela fue durante gran parte del siglo XX un destino de esperanza para miles de inmigrantes europeos. Españoles, italianos y portugueses llegaron en oleadas masivas, especialmente durante y después de las guerras mundiales, huyendo de la pobreza y el conflicto. Entre 1950 y 1970, se calcula que más de 500.000 españoles emigraron a Venezuela, formando una de las comunidades más grandes de europeos en América Latina. Los italianos, por su parte, llegaron en cifras superiores a los 200.000, mientras que los portugueses alcanzaron alrededor de 80.000, cuyos descendientes hoy suman más de un millón.
Estos inmigrantes no solo se integraron profundamente en la sociedad venezolana, sino que también contribuyeron al desarrollo económico y cultural del país. Fundaron negocios, enriquecieron la gastronomía y se convirtieron en una parte esencial del tejido social. Lo interesante de este proceso es que, a pesar de los retos de las últimas décadas, muchas de estas comunidades originales no abandonaron el país. En cambio, son las generaciones nacidas en Venezuela quienes ahora están migrando a las tierras de sus abuelos, cerrando un ciclo migratorio que redefine el sentido de pertenencia.
El apego al hogar: Entre la nostalgia y el movimiento
La migración no solo cambia geografías, sino también emociones. Para entender esta dualidad, es inevitable recordar las palabras del laureado poeta venezolano Andrés Eloy Blanco, quien desde el exilio expresó una nostalgia cargada de melancolía. En su poema “Las uvas del tiempo”, Blanco evoca un profundo arraigo emocional hacia Venezuela, un país que habitaba en su memoria a pesar de la distancia. Esa nostalgia, sin embargo, contrasta con la visión contemporánea del cantante y compositor Jorge Drexler, quien en su álbum “Movimiento” celebra la idea de que las raíces no están en un lugar fijo, sino en la experiencia del viaje.
Mientras Blanco simboliza la añoranza de quienes esperan regresar, Drexler refleja la aceptación del movimiento como parte esencial de la identidad. Ambas perspectivas son igualmente válidas y necesarias para entender la experiencia migratoria: la conexión emocional con el pasado y la capacidad de construir un futuro en nuevas tierras.
Factores que condicionan el retorno
En el caso sirio, el retorno está marcado por una narrativa de esperanza y reconstrucción. Los refugiados regresan a pesar de la incertidumbre porque su identidad está profundamente vinculada a la tierra que dejaron atrás. Para los venezolanos, en cambio, el retorno es más complicado. Las condiciones económicas y políticas que provocaron la emigración aún persisten, lo que desincentiva el regreso masivo.
Sin embargo, el apego cultural de los venezolanos sigue siendo fuerte. La diáspora venezolana lleva consigo no solo las tradiciones y costumbres del país, sino también un deseo implícito de mantener vivas las conexiones con su tierra, aunque sea desde la distancia.
Reflexión en tiempos de festividades
En esta época del año, las festividades nos invitan a reflexionar sobre el significado de pertenecer y sobre el lugar que llamamos hogar. Siria nos enseña que el retorno puede ser un acto de fe, un compromiso con el pasado y una apuesta por el futuro. Venezuela, por otro lado, nos recuerda que el hogar también puede ser una construcción emocional, una idea que llevamos con nosotros, sin importar dónde estemos.
En este contraste, tanto Blanco como Drexler nos ofrecen lecciones valiosas. Mientras uno nos habla de la importancia de la nostalgia, el otro celebra la resiliencia y la capacidad de adaptación. Y quizás, en el punto medio entre ambos, podamos encontrar respuestas para entender mejor la naturaleza de nuestra propia migración.
El retorno no siempre es físico. A veces, regresar significa mantener viva la memoria de lo que dejamos atrás, mientras seguimos avanzando. Porque, al final, la identidad no está en un lugar, sino en cómo llevamos nuestra historia a donde quiera que vayamos.